Guillermo Rubio es un nombre que a casi nadie le dice nada, pero si se aclara que es ‘El Tigre de Villahibiera’ media provincia sabe de quién se habla. Falleció el viernes.
Cuando el escultor Amancio González cuenta que nació en Villahibiera y se le quedan mirando es él quien responde sin que le pregunten, pues ya sabe qué le van a preguntar: «Sí, el pueblo de El Tigre, El Tigre de Villahibiera».
Ya tiene asumido que por muchas ‘Vieja negrilla’ que haga puede ser el escultor urbano más conocido de León, pero siempre será, como poco, el segundo personaje más conocido de Villahibiera, después de El Tigre.
Y, sin embargo, siempre será mucho más conocido que Guillermo Rubio Sánchez, también vecino de Villahibiera y completamente anónimo. Guillermo es El Tigre pero el personaje se había comido al vecino.
El pasado viernes falleció Guillermo No sorprendió mucho, se había ido deteriorando en los últimos años y se había ido apagando la actividad y la presencia, que no la memoria de El Tigre de Villahibiera, el recorrecaminos, el hojalatero, estañador, arreglador de canalones, inventor, excepcional contador de historias, fabulador, imprevisible como pocos, libre, ingenioso, irrespetuoso, sorprendente...
Pocos personajes serán más conocidos que él en la amplia franja de provincia que va desde la comarca de Rueda, en la que se asentó, hasta las de Valdeón o las Montañas de Riaño, de las que era originario y recorrió como «artesano», que era una palabra que a él le gustaba.
- ¿Eres artesano?
- Mucho, artesano estañador y canalonero; decía con mucha gracia.
La tradición oral debería levantarle un monumento a los hojalateros y otros personajes similares Y es que la tradición oral debería levantarle un monumento a los hojalateros y otros personajes similares, incluidos los pobres de pedir por las casas, pues ellos eran quienes llevaban de pueblo en pueblo historias, reales o ficticias, que El Tigre se venía arriba cuando tenía niños en su auditorio y se convertía en un fabulador irrepetible: «Bajaba yo con la bicicleta cuando vi que se acercaba el oso. Quité la rueda de adelante, que no tiene piñón, y con ella sujeté las patas delanteras del oso, le trabé las uñas con los radios, se las rematé con el martillo y así lo inmovilicé». Los chavales lo veían tan grande que no dudaban de su hazaña.
Pero El Tigre de Villahibiera comenzó a ser un personaje que viajaba de boca en boca, incluso más allá de quienes le conocían trabajando el estaño, gracias al singular medio de transporte que inventó: el dos caballos convertido en burro. No es un juego de palabras, el artesano cogió un viejo Citroën 2CV, le quitó el motor y en el hueco colocó una silla para él, le soldó las varas de un carro y unció a ellas a un burro, de tal forma que era el jumento el que se convertía en el motor del invento. Y Guillermo recorría las carreteras allí, sentado, con una larga vara como acelerador, saludando a los extrañados conductores que se le cruzaban y no daban crédito a lo que veían. En el primer que se detenían comentaban ‘el avistamiento’.
- Me he cruzado con un paisano sentado en una silla...
- El Tigre de Villahibiera; le cortaban sin dejarle dar más explicaciones. E incluso así fue como se fue extendiendo el apodo, que nadie sabe quién le puso, pero se instaló entre la gente. El propio Guillermo desconocía el origen, pero con su peculiar forma de entender la vida en vez de combatirlo le buscó una explicación.
- ¿Será por aquella película de El Tigre de Chamberí, que tuvo tanta fama?
- ¿Me ves a mí para películas? Me llaman tigre por los ‘guevos’ que tengo.
Era Guillermo un tipo absolutamente imprevisible, podía salir por cualquier parte, con cualquier explicación. Casi siempre viajaba acompañado, de su mujer Geles, en el interior del coche/burra (¿descendiente del tren burra?), y de su inseparable perro. No hay ambulante que viaje sin su mejor amigo. «A Geles la llevaba para que controlara las perras, que yo con el estaño y en canalón hacía mis perras, pero si veía una partida de cartas se me iban los ojos. A lo que más me jugué las perras fue a las ‘Siete y media’, algunas veces gané más que estañando... Y otras perdí el doble; añadía después de un silencio muy elocuente.
Era Guillermo un tipo absolutamente imprevisible, podía salir por cualquier parte, con cualquier explicación. Cerca de su pueblo, en Quintana, recuerdan una irrupción suya en pleno corro de lucha leonesa. Que le apeteció salir al centro del corro para mostrar su admiración por un luchador: «¡Ole los cojones de Tasio el de Taranilla!», decía, entre los aplausos de un público que celebraba su irrupción. El árbitro, que debía ser el único que no conocía al personaje le sacó tarjeta roja y se dirigió a la mesa para anunciar que mientras no se fuera el personaje no seguía el corro. Fueron 10 minutos hilarantes, el público aplaudía, El Tigre saludaba, hasta que llegó la Guardia Civil. Uno de ellos se dirigió a Guillermo, le pidió que saliera con un curioso argumento.
- Señor Tigre (sic), salga por las buenas, no sea violento.
- ¿Violento yo? ¡Qué sabréis! No conocéis a hermano, hermano mata a padre de un calderazo.
Eran sus salidas. Las salidas de un personaje que fue desapareciendo de las carreteras, pero no de la memoria de las gentes. Cada poco se repetía la pregunta de «¿qué será de El Tigre?» y se celebraban las noticias sobre él, como que en su carrera automovilística se hizo en los últimos tiempos con un quad...
- ¡Qué personaje!; acababa diciendo alguien y se sucedían las anécdotas, las historias... Las mismas que hoy se tiñen de nostalgia y recuerdos, de una sonrisa triste, al saber que ha muerto El Tigre de Villahibiera.
Fuente: La Nueva Cronica 08/05/2016 - Fulgencio Fernández